Cochinillo a baja temperatura: poesía de los sentidos

No hay otra descripción que la de poesía de los sentidos, de todos ellos:
- Olfato: aroma fantástico sin cargar la nariz
- Vista: como se ve, queda precioso, brillante
- Oído: porque al cortarlo, el crujir de la primera capa se amortigua con la suavidad de la carne
- Tacto: nada desagradable, ni duro ni extremadamente blando, dos texturas que juntas son perfectas
- Gusto: indescriptible
Admito que no hice yo este plato pero según la gran cocinera (y suegra), es sencillísimo.
Se trocea el cochinillo (más que nada por facilitar luego el trabajo), se reparte en una bandeja con cierta profundidad, se cubre con aceite donde también se introducen ajos y tomillo. Se tapa con papel de aluminio y se deja en el horno a 60 grados... ¡¡trece horas!! Lo bueno es que no hay que hacer más durante ese tiempo. Por ello esto se tiene que hacer el dia antes, para no ir con prisas.
Al dia siguiente se barniza la parte interna de los trozos con manteca y se introduce, ya sin aceite, sobre la rejilla, en el horno a alta temperatura. Unos minutos después se saca para barnizar la parte "exterior" del cochinillo y se introduce de nuevo en el horno. Esta vez se deja más tiempo hasta conseguir el dorado que os muestro a continuación:

Sí, este es el fantástico resultado.

Para completar, se acompañó de un vino blanco (sí, blanco y cortesía de suegro) pero no por ello nada suave. Un rueda con mucho cuerpo de un color amarillo intenso y una densidad casi aceitosa. Me he hecho fan del Belondrade y Lurton.

¡Buen provecho!